25.3.13

Se entretejen telarañas insaboras entre los huesos inmóviles de su recuerdo, el que decidió enterrar bajo la maraña de sudores y lágrimas, bajo todo aquel pedazo de tiempo inexacto, bajo toda esa presión y todo ese amor tan podrido e insano. Él no recuerda el sonido de su risa, ella no recuerda el sabor de sus pesares. Él lee Julio Cortázar mientras ella lee Efraim Reyes, el autor de ese libro llamado "Érase una vez el amor pero tuve que matarlo". Que libro tan roto, tan gris, tan pesado, tan triste. Que poca ayuda son estos libros para la situación precaria de su soledad.
Él ya no reconoce el olor de su piel bajo las sábanas, ella ha olvidado la sensación de impotencia al ver las uñas muertas de su amado por el estrés y la ansiedad. Pero ambos recuerdan perfectamente el amor sucio que sentían, que sienten. Tal vez ni lo tengan claro ya. Ese incesante va y ven de pensamientos y recuerdos,ora odio, ora amor. Que suciedad. Que imperfecto es el amor. Por qué todos quisimos creer en la mentira perfecta del mundo. Por qué todos nos hicimos creyentes de esa idea de amor ridículo que es imposible de encontrar a causa de su inexistencia en este mundo lleno de pesares y basuras, donde abundan los ausentes principitos y sus respectivas rosas.
Ya el espejo no delata sino sus ojeras, sus miedos y sus pesadillas. La soledad ha carcomido su alma, su piel. Han envejecido, vivieron de más, vivieron intensamente tiempos innombrables, ahora no saben que hacer con la experiencia adquirida, esa que entró a la fuerza a causa del amor incongruente y obsceno. Solo queda esperar que todo incluyendo sus vidas, desaparezcan por efectos del tiempo que empuja  y empuja, que marchita y seca, toca esperar que los gusanos roan su carne, que los pobres rifen sus joyas, que su alma  se haga presa del fuego incinerante de pecados. Que el miedo vividor se destruya en el momento de su despedida.